Por María Lorena Rey. Muchas veces habremos leído u oído a investigadores, pensadores o periodistas hacer referencia a las desigualdades políticas, sociales y económicas que engendra el sistema ca-pitalista. Sin embargo, no siempre nos habremos detenido a reflexionar sobre las diferencias que el mismo acarrea en cuestiones de género. Menos aún, si se tiene en cuenta que dichas desigualdades, en su mayoría, pasan desapercibidas en nuestra cultura por estar per-fectamente naturalizadas.
Margarita Rivière en su obra “La moda, ¿comunicación o incomunicación?” dice que la forma en que se ha recreado el imaginario femenino- masculino ha variado históricamente y se ha valido de diferentes medios, uno de ellos es la moda. Así, por ejemplo el uso del corset para hacer lucir una cintura más delgada como el hecho de que las mujeres del Japón se vendaran los pies para que parecieran más pequeños, son cuestiones que parecen meramente estéticas pero, en realidad, han sido sistemas que escondían una relación de sta-tus y clase. El poder económico del hombre era expuesto, exhibido en la vida social por sus mujeres (esposa e hijas), produciendo deformaciones muchas veces irreparables en el cuerpo femenino e impidiendo que la mujer pudiera realizar actividades algunas –mientras un sistema impedía caminar, el otro dejaba al torso y abdomen sin posibilidad de movi-miento- y, por lo tanto, insolvencia económica y dependencia del padre o marido, quienes hacían que esa mujer viviera sólo para mostrarse y dejara tareas para que otras personas las hicieran por ella.
“La única cultura dominante es la del género dominante, es decir la del masculino. (…) Son los varones quienes han creado el arte y la industria, la ciencia y el comercio, el estado y la religión”, expone el sociólogo alemán Georg Simmel en su obra “La cultura de la mu-jer”.
Y ha decir verdad, durante años el “sexo débil” ha buscado reivindicar su lugar de “ser autónomo” ejerciendo cargos públicos de alto rango en la política, incursionando en el mundo de los negocios y llevando adelante importantes empresas, instituciones y organi-zaciones. Sin embargo, no en todas las oportunidades lo ha conseguido, ya sea porque la mujer ha reproducido su situación de opresión o porque las condiciones históricas no se lo han permitido.
Entonces, ante esta cuestión cabría preguntarse si la transición de la moda femenina ha emancipado a la mujer de la cultura masculina o la ha terminado sometiendo a través de la búsqueda de similitud entre los géneros.
Un paso por la historia de la moda
Desde la última década del siglo XIX comienza tanto en Inglaterra como en Francia una época de ostentación y extravagancia conocida como la belle époque. Durante éste período los corsés pasaron a moldear la figura femenina en forma de S, lo que consistía en empujar el busto hacia adelante, manteniendo derecho el torso por delante y empujando las caderas hacia atrás. Las faldas se ajustaban a las caderas y caían en forma de campana hasta el sue-lo y terminaban en una pequeña cola.
Posteriormente la moda francesa tuvo su resurgimiento de la mano de mujeres como Co-co Chanel, que introdujeron ropa que era considerada propia de la clase trabajadora, en la alta sociedad. Si bien estos trajes eran sencillos no dejaban de ser elegantes y funcionales, admirados y copiados por el mundo entero.
La moda de los años 40 fue opaca y se basó en un estilo militar, producto de la guerra en Europa, para cambiar en los años 45 y buscar la luminosidad y glamour de tiempos pa-sados. Y ya en los años 60 las mujeres comenzaron a buscar la comodidad más que la be-lleza y la ropa no tenía sexo, eran prendas unisex.
Entrados los 70 se desató una diversidad de formas y estilos. Como en toda época, una parte del cuerpo femenino llamaba la atención por sobre el resto y los trajes y vestidos se encargaban de resaltarla. Esta vez fue el turno de las nalgas, las que se lucían con ajustados pantalones. El ser sumamente delgada, sin busto ni caderas prominentes, eran la herencia dejada por el culto a la belleza anoréxica representada desde las pasarelas y las pantallas gigantes.
El traje Chanel en los años 80 impuso la imagen ideal, conservadora y chic de la mujer ejecutiva. Al mismo tiempo, los jeans comenzaron a hacerse más comunes. Asimismo, los brazaletes de cuero, pulseras de cristales, el estilo punk, las hombreras y el look propio de la época. La aparición del unisex puede reflejar el deseo de una igualdad común: permite a las mujeres el uso de ciertas prendas consideradas masculinas, como los pantalones. “Cuando la Alta Costura introdujo el pantalón femenino desde 1960 en sus colecciones, las mujeres lo habían adoptado ya masivamente: en 1965, la industria fabricaba más pantalones de mujer que faldas”.
“Un nuevo ídolo acaba de nacer”, dice Roselle el Director General de la Federación francesa del prêt- à- porter de los 70. Es la mujer media, totalmente participante del orden social establecido; tiene sentido del confort, es deportiva, sabe vestirse para estar en las reuniones de amigos, pero también sabe adoptar atuendos sobrios para estar en el trabajo, sin descuidar el aspecto desenvuelto para pasar un fin de semana en el campo. Es la encar-nación perfecta de la sociedad occidental.
La “libertad” de las apariencias
Si bien la mujer consiguió ocupar un lugar en la sociedad que quedó reflejado con el cambio de la vestimenta, paradójicamente se materializó la idea de Simmel: la mujer cuando produce algo es con un modelo masculino. “Al principio es muy transformadora pero con correr de los años se agota ante la imposibilidad de romper la alienación impuesta por el sistema.”
Por tanto, la moda y los contextos sociales permitieron a la mujer disolver las diferencias aparentemente con el varón, para terminar en realidad pareciéndosele. No obstante, cabe señalar que el varón también ha ido adoptando ciertos cuidados y apocentos que sólo eran propios de la mujer. Y quizás, precisamente, en esto radicaba la idea de Simmel acerca de que “las mujeres para crear una cultura femenina debían crear realmente formas objetivas de cultura femenina, en los que el papel de la mujer puede ser dominante”.
Primera idea: Muchas veces hasta que punto puede llegar una mujer por obtener la perfeccion y la belleza; y asi lograr obtener un "status" o "clase".
Segunda idea: Como influye aun hoy en dia la equidad de genero ( masculino- femenino) sexo dominante y "sexo debil" y que durante años a buscado reinvindicarse como "autonomo". ¿sera que la transición de la moda femenina ha emancipado a la mujer de la cultura masculina o la ha terminado sometiendo a través de la búsqueda de similitud entre los género?.
domingo, 18 de septiembre de 2011
Pelicula:" Amar no es Querer"
Amar no es querer.
Primera idea: Falta de presupuesto y apoyo para niños con cancer que muchas veces el dinero que se aporta a estas fundaciones no llega a su destino o es utilizado para otros fines ( beneficio para algunas personas).
Segunda idea: Lo que ocurre es que nuestra experiencia cotidiana nos enseña cuanto necesitamos del afecto de los demás que es una necesidad primaria, si la persona que satisface esta necesidad esta ausente por alguna enfermedad (coma) o falta de ello, ¿Seremos capaces de sobrevivir sin el afecto de esta?¿Podra sustituirse este afecto por alguna otra persona, de la misma manera que te lo brindo la primera?
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